lunes, 7 de septiembre de 2009

la convivencia



Se construyen los puentes para que exista continuidad y vadear obstáculos que no es posible suprimir o para salvar unos desniveles excesivos, a modo de pasaderos con armazones corpulentos que garantizan el tránsito en el camino. Igual que enormes estructuras de hierro u hormigón armado, existen personas y considerables culturas y filosofías que se emplean e implican en el laberinto de lo humano; amables viaductos y acueductos sociales que alumbran la vereda y el trayecto y la manera de hacer ciudadanía.
Esa travesía hacia la ciudadanía -que no es más que un maduro y lógico retroceso a nuestra propia naturaleza y a su principio- es preciso hacerla armado del hermoso y sugerente verbo que es cohabitar y que su sola expresión invita a conjugar; además es socorrido vocablo del acto de cualquier índole y en distintos tiempos. Vivir con el otro, convivir en su concepto más simple e inmediato, lejos del asignado al maridaje o a la coexistencia política.
Convivir, el acto de la relación, supone correspondencia, con la familia, con el vecino, con el barrio, con la sociedad,... corresponsabilidad que no puede entenderse sin participar. La participación ciudadana -empleada hasta la saciedad, por partidos e instituciones, en el término jamás en la práctica- más allá de recurso dialéctico de la retórica en la oratoria y la teoría, es el transporte colectivo idóneo para hacer el itinerario, el viaje hasta el final del trayecto, llegar a la ciudadanía plena.
La multiculturalidad

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